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jueves, 2 de octubre de 2008
El día que el Gobierno de México le declaró la guerra a sus ciudadanos
Los sesenta, gestación y desarrollo de una generación liberadora6
Qué pasó el 2 de octubre de 1968 en México?
Los sesenta, gestación y desarrollo de una generación liberadora
Por: René González de la Vega.
SEXTA Y ÚLTIMA PARTE
A fuerza de ser sinceros, quienes éramos estudiantes universitarios en el 68 jamás tuvimos la sensación, ni la noticia, ni la idea de conformar un grupo o clase social tenida como objeto de exterminio y eliminación, a pesar de los fuertes embates de las fuerzas armadas. Eso nunca formó parte de nuestras conciencias, ni de los debates, ni de la información, ni de las noticias o rumores y ni siquiera de la mitología propia. Ningún estudiante de 68 en el mundo se ha pronunciado como víctima de actos de genocidio, sino es por quienes en ese argumento político, no jurídico, quieren afianzar hoy mismo sus vigentes luchas por la reivindicación y la debida retribución jurídica y moral, que son siempre válidas.
Tal vez sólo por esa conciencia de que no éramos sujetos de políticas de exterminio estructuradas por el gobierno y ante una posible amenaza de esa categoría y dimensión, es que la comunidad estudiantil jamás optó ni pensó hacerlo, en la hipótesis o escenario b), anteriormente descrito, en el que B, antes de ser vencido y eliminado por A, opta por libertad y no por vida y se autoelimina. Nunca hubo intentos suicidas, ni de martirologio entre los estudiantes, plenos de vida y vigor.
Las cosas como son; en la refriega muchos cayeron y debemos decirlo también, de ambos lados del conflicto. En realidad, el gobierno pensó en la opción c) y tal vez, nosotros, como sueño, en la d). Esa errónea creencia del gobierno conservador del 68, que tal vez imaginó que una acción violenta y desmesurada, absolutamente criminal, como la de Tlatelolco, precedida por otras no menos graves, lograría causar entre los estudiantes y las clases populares que los apoyaban, una “elección de lo preferible” – muy en el tono de las premisas del control social más conservador -- consistente en preferir vida a cambio de libertad y así lograr el sometimiento por terror, no guardaba ninguna proporción con la realidad y el tiempo la ha desmentido, pues en todo caso, la libertad como remanente, era una mera libertad para obedecer.
Una sola generación puso toda su apuesta en una posibilidad, pero hay que admitir que sin mucha conciencia de ello, pues esa misma generación de jóvenes creyó en una parte de la historia que le correspondía y deseó, a diferencia de otras anteriores, comprenderla; para eso, procuró no sólo quedarse con una explicación discursiva, sino que montó sus propios escenarios culturales y contraculturales, para oponerse a un “establecido” que ya causaba hartazgo y eso, por supuesto, no fue bien mirado ni menos admitido por quienes dictaban las reglas de comportamiento social y no gozaban de muchas luces, desde su poltrona de poder, algo así como Luís XVI y María Antonieta, que no entendían a bien, en Versalles, por qué los parisinos pedían pan. No había lenguaje común, ni posibilidad alguna de comunicación.
Uno de los protagonistas más relevantes del Movimiento de 68 fue Luís González de Alba, quien en “Letras Libres”, al paso de los años, reflexiona:
¿Por qué Letras Libres incluye al Movimiento Estudiantil de 1968 como un "trauma de la historia"? ¿O debería escribir la Historia? Porque, en efecto, existe la que podríamos llamar "versión lánguida del 68", un mito mexicano más, de "los malos contra los buenos". Alguna vez Marcelino Perelló dijo (y ya no recuerdo dónde), en afán de combatir este mito, lo cual me parece correcto, que también nosotros, y no sólo el gobierno, "fuimos unos hijos de la chingada". No sé lo que entienda por eso Marcelino, pero mi desacuerdo es completo: nos faltó, precisamente, ser el audaz que tiende trampas políticas, la frialdad del que conoce las fisuras del sistema y se cuela por donde ve una para obtener soluciones. Nos faltó la habilidad política de quien consigue lo que desea. Y si a eso llamamos "chingarse al otro", es un error grave, tan grave que sigue entorpeciendo toda negociación: nada sale, nada resulta en México porque "el otro" siempre cree que ceder un solo ápice es permitir que se lo chinguen. Con ese afán el PAN bloqueaba propuestas correctas del PRI y hoy éste le paga con la misma moneda. Ceder es, en México, "rajarse". Y nadie quiere ser tildado de rajón. Antes muerto. Creo, Marcelino, que fuimos algo peor que "hijos de la chingada": a la vez ingenuos y dogmáticos. La ingenuidad nos hizo exigir lo imposible, como la desaparición del cuerpo de granaderos; el dogmatismo nos llevó a proclamar que ninguna exigencia era negociable, ni siquiera la de solución imposible. Así convencimos al gobierno, que poco necesitaba en su feroz autoritarismo, de que no actuábamos de buena fe. Y eso, buena fe, es quizá lo único que nos sobró. Ésa fue nuestra culpa como dirigentes. Es el pecado que siguen cometiendo los dirigentes: del CGH a Atenco: nadie puede admitir que "el otro", la otra parte, el que piensa distinto, pueda tener algún asomo de razón. A la oposición hay que aplastarla. Fue el lenguaje con el que Fox llegó a la Presidencia: iba a despanzurrar las "víboras tepocatas", a humillar al antiguo régimen, a gobernar solo y su alma (y una que otra alma buena) porque los otros debían ser aniquilados. Y los resultados están a la vista: ha quedado inmovilizado en su castillo de la pureza. Nosotros le enseñamos ese camino al país. Te mando un saludo, Marcelino. - — Luis González de Alba
Y de manera poética, una de nuestras grandes escritoras, dijo a propósito de la noche de Tlatelolco lo siguiente, que bien queda como reflexión para nosotros, ahora mismo:
MEMORIAL DE TLATELOLCO
Rosario Castellanos
La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad
para cuajar el crimen.
Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
para que nadie viera la mano que empuñaba
el arma, sino sólo su efecto de relámpago.
¿Y a esa luz, breve y lívida, quién? ¿Quién es el que mata?
¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?
¿Los que huyen sin zapatos?
¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?
¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.
La plaza amaneció barrida; los periódicos
dieron como noticia principal
el estado del tiempo.
Y en la televisión, en la radio, en el cine
no hubo ningún cambio de programa,
ningún anuncio intercalado ni un
minuto de silencio en el banquete.
(Pues prosiguió el banquete.)
No busques lo que no hay: huellas, cadáveres
que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa,
a la Devoradora de Excrementos.
No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.
Más que aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad. Sangre con sangre
y si la llamo mía traiciono a todos.
Recuerdo, recordamos.
Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.
Recuerdo, recordemos
Hasta que la justicia se siente entre nosotros.
De esto podemos ahora decir que los hechos – muerte, sangre, heridos y prisioneros --, se fueron con el tiempo – como se fueron los de Auschwitz o los de Hiroshima – rostro a rostro, nombre a nombre, persona a persona y si insistimos en ese factor para “no olvidar”, quienes tienen interés contrario, siempre levantarán la ley misma para explicar que ya nada puede hacerse, pues el tiempo derrotó el interés social y el jurídico. En verdad, lo que no se supo esgrimir desde el principio de todo –las horas siguientes a ese 2 de octubre – fue el intolerable y criminal abuso de la autoridad contra el pueblo inerme, pues nunca se buscó el consenso y las vías de solución pacífica. Ese es el crimen que no debemos olvidar, pues si bien, en lo fáctico no hay escenas como las de 68 en la actualidad (idénticas), sí hay continuamente abusos de poder, que vuelven a doblegarnos (SICARTSA, Atenco, etc.)
Lo que siempre es preciso recordar, es que ningún gobierno puede asumir esas decisiones unilaterales, para aplastar, en nombre de lo que sea. La lección perenne de 68 fue buscar y lograr fracturar el “establecido” y con sangre y muerte se logró y no puede abandonarse esa idea-fuerza.
Hubo un pecado-crimen de la autoridad, es verdad, en sus acciones terribles, pero hubo y hay un pecado-crimen por parte de la sociedad, consistente en una omisión, al no insistirse en la cancelación de todo abuso autoritario; los errores, para quienes fuimos miembros de esa generación, pueden solventarse, pero lo que resultaría imperdonable, es volver a la ingenuidad.
Recordemos imágenes propicias, para nuestra recordación, sobre los abusos, pues ellas nos dirán que había conocimiento de ellos, pero seguramente, no una cabal comprensión. Sólo para ilustrar, aun de manera un tanto chusca, en aquellos días por televisión y radio se insistía en una campaña de vacunación para los perros contra la rabia y entonces, inmediatamente, los estudiantes llevaron mantas de protesta que decían enfáticamente: “vacune a su granadero”.
Esto explica en mucho el espíritu de esa fiesta juvenil en las calles de la Ciudad de México, que desde luego ni quería, ni esperaba la sobrerreacción gubernamental en forma de agresión militar.
“Ganar la calle” era un logró estupendo en días de franca intolerancia gubernamental, ante distintas manifestaciones juveniles. Las autoridades habían, por ejemplo, prohibido exhibir películas, malísimas, de Elvis Presley, pues se estimaban corruptoras de esas mentes adolescentes y como esa prohibición, había muchas más que nos coartaban cualquier modo o medio de expresión.
Así, se hacían verdaderas campañas de desprestigio contra el uso del cabello largo por los jóvenes o el uso de pantalones de mezclilla o contra la moda de la minifalda o del uso de pantalones en las chicas o por escuchar esa música estridente – decían – que nos gustaba y ponían el grito en el cielo con canciones de los “Locos del Ritmo”, un conjunto de Rock mexicano, que decía “haciéndote el amor”, de la manera más inocente, pero a las clases dominantes, eso parecía pecaminoso y perturbador.
Se ha documentado ese 68, desde diversas y variadas atalayas del pensamiento contemporáneo:
Y estamos obligados los mexicanos a insistir con análisis nuevos y que logren asumir la historia y el presente, sin ingenuidad. Se han publicado libros, centenares de artículos y ensayos, se han creado canciones y se ha producido música, se han hecho celebraciones y coloquios y seminarios de análisis, se ha protestado una y otra vez en las calles con el “2 de octubre no se olvida”; mucho y bueno, pero también áspero y malo, se ha dado durante estos últimos 40 años. La herida, la que sangra, no logra cerrarse y nos lastima a todos, aunque a estas alturas ya no sepamos bien a bien, porqué. ¿Por qué está ahí? ¿Quién la causó? ¿Cómo sanarla?
Lo más triste de todo es que hoy por hoy los Movimientos de 68 se han banalizado a fuerza de no olvidar lo que ni siquiera se recuerda y las fechas propicias se convierten en actos vandálicos de aquellos que sólo pretextan protestar, asumiendo una base histórica seria y firme, pero sin bandera, ni causa, ni honor. No arriesgan nada, no saben nada, no persiguen nada y todo al amparo de una autoridad que los permite, auspicia, promueve, pues ha convertido el hecho histórico en mercancía política, que vende bien en las elecciones y entre un grupo juvenil que ha perdido su propio destino.
Desde el punto de vista social es tan grave el abuso de autoridad en el 68 y al que ya pasamos revista, como esa inconciencia o negligencia gubernamental que hoy mismo se vive y que permite, a ojos vistas, actos vandálicos que destruyen comercios o vehículos y amenazan a la sociedad, en marchas y protestas en el nombre de ese “2 de octubre no se olvida”, llevadas al cabo por sectores juveniles que ya no representan los valores universitarios, ni menos la sangre derramada en Tlatelolco, pues ignoran sus contenidos, efectos y por supuesto, la heroicidad implicada, precisamente por su buena fe.
A partir del 68, el mundo occidental cambió y eso es un hecho innegable, en todos los campos del pensamiento humano, fundamentalmente el político, el social, el económico, el filosófico, para bien muchas veces; para mal, con endurecimientos terribles, en otras ocasiones.
Los jóvenes de hoy han comprado, por ignorancia, un mensaje mercadotécnico que se ha utilizado con buenos dividendos electorales por fuerzas políticas que han caído en actos carentes de ética en más de una ocasión, permitiendo cambios de chaqueta política sin más argumento que el obtener el poder por el poder mismo o fusiones o uniones de fuerzas ideológicamente incompatibles, con tal de vencer al adversario o negarse a hacer ofertas políticas serias, prefiriendo la descalificación, el encono y la división entre mexicanos.
Ya no recuerdan que su mayoría de edad a los 18 años y no a los 21, con el consiguiente derecho ciudadano al voto, fue un producto directo de los movimientos de 68; ya no recuerdan que dejó de penarse con cárcel la forma de pensar contraria al régimen – “disolución social” -- también como resultado jurídico-político de aquellos días. Ya no recuerdan tampoco que de un Gabinete presidencial gerontológico, se pasó a los que algunos llamaron la “efebocracia”, por permitir el arribo al poder de una nueva y joven generación de universitarios, como hecho inmediato a 68. Ya no recuerdan que México fue, acaso, el único país de América en mantener relaciones diplomáticas y comerciales con el gobierno revolucionario de Cuba, fundamentalmente para hacer saber a las potencias imperiales, nuestro derecho a la disidencia. Ya no recuerdan que así como Lázaro Cárdenas brindó asilo incondicional a los españoles republicanos, también se recibió en México como hermanos, a los perseguidos chilenos bajo la dictadura de Pinochet. Ya no recuerdan que a partir de esos años se iniciaron esfuerzos para la democratización del país y que pudimos contar con una primera ley electoral – la LOPPE – de carácter abierto y tolerante con las minorías ideológicas. Ya no recuerdan que la prensa mexicana, a través de sus diversas manifestaciones mediáticas, se fue abriendo paso para lograr una posición crítica antes inexistente y que a partir del terremoto de 1985, eso se hizo especialmente evidente en la radio. Ya no recuerdan que las modalidades de las instituciones y procedimientos electorales se modernizaron, por iniciativa y acuerdo de las fuerzas políticas, apenas iniciada la década de los 90´s. Ya no recuerdan que las minorías en la incipiente democracia mexicana, en apenas un lustro, se fortalecieron hasta integrar mayorías electorales.
Ya tampoco recuerdan, ni menos agradecen al pueblo, que quienes somos universitarios – UNAM, IPN – hicimos realidad nuestro ideal, apoyados por todos y sin costos que afectaran la economía de nuestras familias; hay que rememorar que los egresados de esas escuelas públicas construyeron el país que ahora vemos, pues para levantar esas universidades, autopistas, aeropuertos y puertos, hidroeléctricas, sistemas de comunicación modernos y toda esa infraestructura que nos distingue, nunca tuvimos que importar ingenieros extranjeros, como tampoco médicos de otros países, para desarrollar en las instituciones públicas de salud, una medicina de alto nivel. La autosuficiencia de que en muchos aspectos gozamos, en cuestiones de ciencia y tecnología, la ha logrado la UNAM y el IPN, pero también en ciencias humanistas. Todo eso fue producto del 68.
Los problemas de los jóvenes de este amanecer del siglo XXI son específicos y propios a su generación y deben enfrentarlos con entereza, sin buscar refugio en luchas que ya pasaron y cumplieron. 68 es de ellos, de estos jóvenes actuales, en la medida que tienen libertad, aun sin saber que la tienen, pero ahora es necesario que sin la ingenuidad de aquellos años, estando mejor informados, abran sus propios frentes de lucha para lograr igualdad y más libertad y sobretodo, autenticidad.
martes, 30 de septiembre de 2008
Los sesenta, gestación y desarrollo de una generación liberadora5
Qué pasó el 2 de octubre de 1968 en México?
Los sesenta, gestación y desarrollo de una generación liberadora
Por: René González de la Vega.
QUINTA PARTE
Hablar de una especie de locura del gobierno sería una inconsecuencia. Implicaría cierto grado de irresponsabilidad de ese gobierno y por supuesto no es ese el caso. Vivimos un acto intolerable de intolerancia perversa del poder. El poder jamás puede ser intolerante con el pueblo, sería eso, una auténtica contradicción conceptual. Fue, cuando más, un gobierno neurótico con niveles de delirios paranoicos muy elevados, el que actuó despiadadamente y con plena responsabilidad política, jurídica y moral. La matanza de Tlatelolco fue un acto de represión muy claro, absurdo, criminal y por supuesto imperdonable e inolvidable, pero es necesario obtener lecciones y sacar conclusiones de ese 2 de octubre.
Para quienes vivimos como estudiantes universitarios aquellos hechos es importante mantener una saludable memoria, tanto para ser capaces de reconstruirlos mentalmente y de manera objetiva, cuanto para no olvidar y ayudar a las generaciones posteriores a entender, pues a lo largo de 40 años se han desvirtuado las visiones y opiniones; se han “cargado” ideológicamente; se han convertido en mercancía política y han surgido mitos que se anidan en el inconciente colectivo.
Lo primero que salta a la vista por su macabra evidencia fáctica son las muertes, en tanto actos de barbarie, abuso, asesinato en masa y eso, por supuesto, se convierte en un acto que por sí mismo, quiere explicarlo todo. Los miles de sacrificados en la Plaza de la Tres Culturas, fueron el desenlace de eventos incontrolados que, a su vez, fueron sucediéndose en el tiempo. Esto no quita un ápice a la tragedia, pero 68 no fue sólo el 2 de octubre, como hoy se plantea, pues si lo miramos aislado, al vacío, pierde toda contextualización y es imposible comprenderlo.
Es preciso retomar aquél concepto hegeliano del Zeitgeist para tratar de entender; esto es, el “espíritu de la época” que nos condujo irremediablemente a una ecuación insoluble para quienes tenían la responsabilidad y el deber jurídico, político y moral de despejarla a satisfacción de todos. Querer asumir hechos de hace 40 años, a partir de enfoques o modos de entender la vida en estos inicios del siglo XXI, es no atender la recomendación racional hegeliana y se torna imposible el diálogo.
La lógica no funcionó, pues simplemente se partió de una premisa fáctica que nos mostró a un sector de la sociedad inconforme y contestatario, basado en razones válidas para el propio sector y se le integró con otra premisa deontológica, que invocaba formalmente, rígidamente, una norma jurídica que se interpretó como prohibitiva de eventos contestatarios y entonces se arribó a una conclusión fatal: se debe destruir, aplastar ese movimiento. Antes de llegar a un silogismo así mirado – si A es, debe ser B – y reaccionar con la aplicación de consecuencias tan graves como el asesinato en masa, que implica actuar no sólo de manera alógica, sino también antiética y con evidente abuso de la ley, debieron haberse desahogado todos los ciclos de derecho, de la praxis política más evidente y de la moral racional más universal.
El trinomio hegeliano más tradicional, nos exigiría mirar a la posición estudiantil como una tesis, un planteamiento desde la mente subjetiva de esa juventud, con sus razones y sinrazones, para oportunamente tratar de negarla racionalmente – antítesis -- con una mente objetiva, que tocaba a las instituciones argumentar, con base en normas de convivencia y orden. Así se hubiera podido entablar un diálogo constructivo, que permitiera el arribo a una síntesis conveniente y racional para todos. Pero nunca hubo la oportunidad, pues al planteamiento estudiantil, desde luego, se le opusieron las macanas y los gases, inmediatamente después las bazukas, para seguir con persecuciones, allanamientos y maltratos, que también implicaron secuestro institucional, para desembocar en el uso de la fuerza en su modo más bélico, con tanques, fusiles, balas y por supuesto muchas bajas de guerra.
En un conflicto de los llamados “no cooperativos”, es necesario siempre, a partir de montar las agendas de lo negociable, mediante su determinación racional, buscarse lo que se conoce como “suma positiva”, en la que las partes en conflicto, ganan, en ambos lados, pues cuando esas partes se empeñan en una “suma cero”, que visualiza a un vencedor y a un vencido, cuando uno gana todo y el otro pierde todo, no se encausa debidamente la solución y se provocan situaciones de abuso; en el caso mexicano, ni siquiera fue esa la estrategia, pues se concluyó con una “suma negativa”, en la que todos perdieron.
A lo largo de la historia se nos ha mostrado que en esa confrontación de partes en conflicto, pueden darse cuatro escenarios diferentes: a) A domina y vence a B y lo extermina; b) B, antes de ser vencido por A, opta por libertad en vez de vida y se autodestruye; c) A domina y vence a B y éste opta por vida en vez de libertad y se acomoda a las reglas de dominio de A; y d) A y B no logran vencerse y derrotarse mutuamente y aprenden a convivir, con reglas de equilibrio.
La opción a), implica acciones de conquista y dominio y responde, en su lógica, a la eliminación del adversario. Recordamos, por un extremo, la conquista de México-Tenochtitlán y bajo otros auspicios, el intento de exterminio nazi de los judíos. En el primer ejemplo, una guerra de conquista implicó y ha implicado en distintos momentos y lugares el exterminio del conquistado, como vía fácil de imponer otra cultura y así, la raza Azteca prácticamente fue eliminada como producto de una guerra, precisamente. Aun cuando no existía, como hoy lo conocemos, el Derecho internacional, en este caso se trató de una confrontación entre dos naciones soberanas, con el predominio de una de ellas, como ha sucedido a lo largo de la historia; con esto no justifico nada, simplemente trato de explicar un evento histórico. En el segundo ejemplo, más reciente y ya muy explorado, un Estado totalitario impone una política pública de exterminio de una etnia, por irracionalidades de supremacía racial y sustenta y justifica, incluso jurídicamente, el desarrollo y práctica de dicha política pública a instrumentar. Del llamado “asesinato en masa”, en la segunda postguerra mundial se pasó al concepto de genocidio, figura que puede mirarse como hija directa del holocausto nazi. Se distancian ambos conceptos – asesinato en masa y genocidio – en un punto crucial: la decisión política, como ingrediente de gobierno, de exterminar a una determinada raza, etnia, clase social, etc.
Por supuesto que la figura del genocidio no exige que se logre a cabalidad el propósito y basta, dentro de esa política o idea general, un sólo acto de tendencias exterminantes. De tal manera que bajo otra perspectiva, si imaginamos un asesino serial, ahora tan de moda, que tiene por objetivos, en su psicopatía, los homicidios de miembros de una específica raza o grupo, por ejemplo, judíos, indígenas, estudiantes, mujeres, etc., eso no lo convierte en genocida. El genocidio no desplazó la figura del “asesinato en masa”, pues hubiera resultado absurdo. En los Estados Unidos han conocido de hechos lamentables, en los que un sujeto asesina masivamente a estudiantes de una escuela determinada y nadie piensa que es un genocida, sino un “asesino”.
Hemos pasado revista a los movimientos estudiantiles más relevantes del 68, en el mundo occidental, incluido México; en todos los casos se presentó una despiadada represión gubernamental en contra de esos grupos juveniles, con resultados, también, de muerte y lesiones. Por ejemplo, el conservador gobierno gaullista, arremetió en contra de los estudiantes de la Sorbona; el muy irritable gobierno de Johnson en Estados Unidos, no hizo menos, agravado el contenido represivo, por una supuesta “cobardía”, a ojos extremistas, de los jóvenes que se negaban a ir a Vietnam. Los propios soviéticos, sometieron con el uso de la fuerza a los jóvenes de Praga y Varsovia. En ningún caso, nadie pensó en genocidio, tanto en los gobiernos capitalistas y de derecha, cuanto en los socialistas y totalitarios. Hubo, en todos los casos, incluido México, una represión reprobable desde todo punto de vista, pero no se ha traído a la mesa de debates ese ánimo exterminador de una determinada clase social. Los “asesinatos en masa”, como producto de acciones propias a gobiernos reaccionarios y represivos, son y serán siempre intolerables y eso es lo que no debemos olvidar, a fin de evitar su repetición.
De esos actos represivos emergieron doctrinas y posiciones teóricas muy importantes e influyentes, como puede ser la propuesta de Bolonia y la llamada criminología crítica. En ella se atienden cuestiones estructurales de dominio político, que logra someter a las clases más débiles o dominadas, a su propio discurso y reglas de conducta. La constante lucha entre dominantes y dominados, no es materia de políticas de exterminio ni así puede verse el problema, pues al grupo dominante conviene la existencia y pervivencia del grupo dominado, mayoritario, pues a él vuelca sus conceptos ideológicos cerrados, que imponen toda una conciencia de la realidad manipulada y montan sistemas simbólicos de dominación selectiva, como es el propio orden jurídico.
Hoy mismo, la globalización económica nos indica que son los mercados internacionales quienes imponen las reglas del juego, que en muchos casos devienen en situaciones de devastación de los pueblos más débiles, que sufren de carestía, desempleo, hambrunas y toda una serie de efectos que pueden resultar fatales y consisten, para esos mercados, en meros costes económicos de producción, distribución y consumo.
Con estos argumentos en torno al escenario a), no pretendo justificar ni mucho menos defender a un gobierno torpe y asesino, que carga en sus deberes con la muerte absurda e inútil desde algún punto de vista, de muchos jóvenes. Esas muertes no fueron, al final del todo, inútiles y resultan ser verdaderos martirologios de una nueva era mundial. Se estuvo en ese 68, por las razones ya expuestas, que nos hablan de omisiones intolerables de la autoridad en el cumplimiento de sus deberes, de carencia de destrezas políticas y de principios lógicos y éticos, ante asesinatos en masa, cabalmente imputables a quienes detentaban el poder político de dominio. Eso es irrebatible. ¿Pero qué hacer con las responsabilidades jurídicas y políticas resultantes?
Bueno, hay que decir que para bien, más que para mal, si logramos pensar en circunstancias de orden general y no particular, el derecho es una entidad existente, esto es, hay un “derecho que es” en determinado tiempo y espacio y ese es el que rige los actos en el momento y lugar en que se dieron. El espacio, en derecho, nos coloca en las cuestiones tan exploradas de los ámbitos de validez espacial del derecho y de principios excepcionales, como el de aplicación extraterritorial de una ley o los de personalidad o los de carácter real. Pero es el otro aspecto el que ahora inquieta: el ámbito de validez temporal de una ley. En cuestiones jurídicas el tiempo es un factor determinante, pues bajo la condición de que lo que se estima válido y justo hoy, puede no serlo mañana, ya por obsolecencia normativa, ya por extradimensionamiento de los hechos, ya por mutaciones propias al hombre y a la sociedad.
Siempre hay una tensión que se da entre el momento en que el legislador emite una norma jurídica y el momento en que ésta, ante un conflicto determinado, debe interpretarse y aplicarse por quien deba hacerlo. Una norma jurídica nunca se emite de una vez y para siempre, pues bajo el argumento contrario, nos seguiríamos rigiendo, por ejemplo, por la ley del talión. Una norma jurídica de carácter sustantivo, no procesal, nunca podrá aplicarse con efectos retroactivos, para hechos sucedidos antes de su vigencia, por razones estrictas de seguridad jurídica para todos. El derecho es de orden general, abstracto y obligatorio y no puede acomodarse a casos particulares, haciendo excepciones en sus ámbitos de validez, según la sensación de determinadas conciencias, pues eso sería fracturar el Estado de Derecho y bajo esas condiciones, todos estaríamos en riesgo inminente de ser atropellados por la autoridad.
Existen, por supuesto, conceptos jurídicos que van modificándose con el correr del tiempo y el avance del pensamiento. Así ha pasado, por ejemplo, en este siglo XXI, con el concepto de soberanía; en otro extremo, el orden jurídico vigente, contempla el concepto, verbi gratia, de familia, que hace 100 años contemplaba la célula social primaria, integrada por la familia tradicional compuesta por padre, madre e hijos. Se tenía al matrimonio, bajo exigencias religiosas, como una unión de hombre y mujer, destinada a la procreación. Ese concepto de familia ha sido modificado en este siglo XXI y aunque la palabra es la misma, su contenido es mucho más extendido en las sociedades modernas, que han logrado comprender parejas sin descendencia por decisión propia o parejas homosexuales.
No es una cuestión de “mutación legal” como algunos han propuesto, sino de mera interpretación de la norma vigente, para brindarle verdadero sentido de validez y de justicia.
El tiempo, desde un estricto punto de mira instrumental o procesal, es factor fundamental, pues en su devenir, cuando las instituciones y la ley y por supuesto, la sociedad entera, dejan de actuar respecto de determinado hecho, no sólo se mira mermado el interés jurídico, sino que los elementos de prueba – verificativo procesal – se pierden, se diluyen, dejan de presentar la fuerza que se exige en un juicio.
Hoy, los teóricos del derecho más relevantes nos hacen notar que un problema crucial del concepto jurídico de hoy mismo, consiste en que todo se lleva a los medios instrumentales o adjetivos y suele importar el “quién” decide y el “cómo” decide, pero se soslaya lo más importante que veríamos en el “qué” decide, esto es, los verdaderos contenidos del hecho jurídico.
El estatuto de prescripción de la acción penal o de la sanción, son verdaderas garantías de seguridad jurídica para todos, no sólo para quienes son admisibles y no para quienes resultan en juicios populares y no jurídicos, sujetos inadmisibles.
Luego entonces, si se puede estimar que los actos de represión de los gobiernos involucrados en los movimientos del 68, bajo ningún aspecto jurídico – no de sentimiento o emocional – constituyen actos de genocidio, cuya estructura conceptual tiene otra dimensión y propósito y es posible asegurar que lo sucedido fue un verdadero asesinato en masa, el homicidio masivo o no, en tanto figura típica sujeta a ese estatuto de prescripción, no resulta aplicable, por normas de la época, en la actualidad.
Si por un momento somos capaces de dejar atrás entonces esos escenarios de sangre y muerte, inolvidables e imperdonables y nos atenemos a lo estrictamente jurídico, tendríamos que atender a un factor ya revisado y fundamental. El concepto de tolerancia se presenta entre autoridad y sociedad, pero es siempre de una sola vía, pues el pueblo puede llegar a intolerar a su gobierno, pero nunca al revés. De tal manera que si la autoridad en ejercicio exclusivo de la fuerza y en abandono conciente de la búsqueda de consenso, que por definición política anula a la primera, decidió ejercer la violencia institucional en contra del pueblo, no como respuesta última sino como respuesta inicial, se está, flagrantemente, ante un caso de abuso de la ley y de la fuerza misma.
Este abuso de autoridad con resultados de muerte, lesiones y secuestros institucionales por arbitrariedad, es en realidad lo que no debemos olvidar, sin menoscabo alguno al recuerdo de las víctimas directas del mismo. Si el 68 aportó algo importante -- en realidad fue mucho para la vida mexicana y en realidad del mundo occidental -- en específico, lo advertimos en la conciencia de los pueblos por darse gobiernos democráticos. 68 fue un parteaguas en la historia contemporánea y a partir de ese año, se inició una apertura importante para buscar una convivencia más igualitaria y más libertaria.
domingo, 28 de septiembre de 2008
Los sesenta, gestación y desarrollo de una generación liberadora4
Qué pasó el 2 de octubre de 1968 en México?
Los sesenta, gestación y desarrollo de una generación liberadora
Por: René González de la Vega.
CUARTA PARTE
Tal vez podamos indagar sobre ese “disparador mexicano” de 1968 si procuramos reconstruir cronológicamente los hechos y sus contenidos.
Para emprender ese camino no es recomendable acudir a un par de expedientes muy socorridos en los análisis realizados en los últimos 40 años que, por un lado silencian, callándolo todo y generando toda una línea de sospechas o por el otro, que toman un rumbo francamente subjetivo cargado de calificativos y descalificaciones sin mayor sustento que el uso de las palabras y al dejar un contexto estrictamente descriptivo, para montarlo todo en una especie de discurso valorativo llegan a perder objetividad y con ello credibilidad. Sí, lo que sucedió fue muy grave y no debemos olvidarlo para evitar que se repita, pero es preciso contextualizar los hechos y pretender darles dimensión para en su caso poder conocer sus consecuencias. A 40 años de distancia es posible ir cerrando heridas, en vez de abrirlas y estar en condiciones de aprender de hechos históricos, pues la catarata de reproches ya no sirve de nada y en última instancia los principales protagonistas están ausentes; en ésta descripción será inevitable para mí, dejar de insertar juicios subjetivos en torno a los hechos, pues soy precisamente un sujeto que vivió aquellos días, pero procuraré hacerlo sólo para dimensionar algunos actos y me disculpo por anticipado, si mi valoración se hace sólo retórica:
1. Los estudiantes de la UNAM para el verano de 1968, nos enterábamos de los asesinatos de M.L. King y R. F. Kennedy y por supuesto, de los problemas en Estados Unidos con la Guerra de Vietnam y en Europa con los movimientos universitarios ya descritos;
2. Había inquietudes en el campus en virtud de esos grupos extremistas de izquierda y de derecha radicales, que actuaban violentamente, victimizando estudiantes; sin embargo, se respiraba calma y cierto hartazgo de aquél movimiento de 66 que nos había dejado una mala sensación;
3. Muy lateralmente nos enteramos que un buen día de julio de ese año, por un pleito de estudiantes en La Ciudadela, la policía había intervenido con acciones represivas innecesarias y sobretodo absurdamente brutales, ante el evento de poca monta;
4. Estuvieron involucrados en esa represión estudiantes de Escuelas vocacionales del IPN y se decidió, circunstancialmente, realizar un acto de protesta por esa agresión policiaca injustificada, el 26 de julio, encabezada por la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET);
5. Ese día – 26 de julio – se celebraba un aniversario más de la Revolución Cubana y el Partido Comunista Mexicano quiso realizar un acto en la Avenida Juárez frente al Hemiciclo, con la debida autorización gubernamental. En un momento dado de la tarde se juntaron los dos grupos, el de la FNET y el del PCM y se logró formar un nutrido grupo de jóvenes manifestantes;
6. Yo estudiaba el cuarto año de Derecho y hacía mis pinitos como pasante y casualmente comía en un restaurante cercano a la Avenida Madero esa misma tarde con un compañero de la Facultad, por lo que fui testigo directo de aquellos eventos; se supo más tarde que el grupo de jóvenes manifestantes había decidido marchar al Zócalo y vimos como se agrupaban policías de cuerpos de choque en esas calles céntricas. Pronto el enfrentamiento fue inevitable, así como las persecuciones y macanazos; la represión en toda forma; incluso nosotros tuvimos que abandonar violentamente el restaurante y acabamos reunidos con los estudiantes que corrían y procuraban evitar el encontronazo con los granaderos; éramos unos estudiantes más, que tratábamos de no ser golpeados o aprehendidos;
7. Ese evento logró algo inédito en esos días, pues unificó a estudiantes del IPN y de la UNAM, con lo que, en un acto de solidaridad, estudiantes de las Preparatorias 1, 2 y 3, ubicadas en el Centro, ocuparon al día siguiente, 27 de julio, los inmuebles escolares, específicamente se hicieron fuertes en San Ildefonso, para protestar por esos actos de represión policial. Era evidente que se trataba de un acto de protesta de estudiantes muy jóvenes de las Preparatorias, que seguramente no habían estado en el 66 y que el problema se estaba presentando en la zona del Centro Histórico de la Ciudad, pues ahí, precisamente, se habían dado los actos represivos del día anterior;
8. El edificio de San Ildefonso no era simplemente un inmueble que albergaba a las Escuelas Preparatorias 1 y 2, sino que era y es, un símbolo universitario de primer orden y había sido sede, antes de CU, de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, antecedente de nuestra Facultad de Derecho. Los estudiantes preparatorianos, excitados por su éxito inicial y la impotencia policial para desalojarlos, decidieron permanecer con esa ocupación y así, durante tres días;
9. No hubo intento alguno por resolver la situación, que por un lado era, hasta ese momento, un juego peligroso de los estudiantes, quienes festinaban su logro y audacia y por otro, se veía como una afrenta intolerable a un todopoderoso gobierno y nadie invitó a un diálogo, a una salida pacífica de esa situación emergente. La madrugada del 30 de julio, el gobierno de Díaz Ordaz no soportó más esa afrenta y cambió los uniformes azules por los verdes y se ordenó algo inconcebible y fuera de toda proporción: la intervención del Ejército;
10. Esa decisión, basada en una intolerancia ciega, ha sido una de las más tontas y aberrantes de cualquier gobierno. Al modo de la soldadesca, un alto mando militar, para poder ingresar al inmueble y desalojarlo, decidió sencillamente destruir la centenaria puerta de madera labrada con un disparo de bazuca!!!!, y hoy todavía se advierte la barbarie de ese acto. Hubo muchos heridos entre los estudiantes y casi un millar de detenidos por el Ejército.
11. Podemos afirmar, que en verdad, ese día inició el Movimiento estudiantil de 1968, ya con los rasgos y perfiles que lo distinguen y desde luego, el campus universitario no fue insensible a esa agresión sin sentido y tan desproporcionada y se involucró la UNAM, toda, pues el ataque – no hay expresión menos bélica -- era evidente e insostenible. El Rector Barros Sierra, dispuso colocar la bandera a media asta y se declaró a la Universidad de luto;
12. Todo esto logró unir lo desunido y los estudiantes, mayoritariamente, decidimos participar en un movimiento de defensa y rescate de la universidad, pero sobretodo, ya existía en el ambiente, ese espíritu del 68 que he tratado de retratar en las líneas anteriores. Se dio, por lo pronto, una reestructuración en las organizaciones estudiantiles y se prescindió de grupos afines al gobierno, como fue el caso de la propia FNET del IPN. UNAM, IPN y Chapingo, organizaron sus comités de huelga y la historia se empezó a escribir; para el 4 de agosto ya se contaba con una estructura nueva y con un pliego petitorio al gobierno, basado en cuestiones de recomposición policial y penal, a la luz de los actos represivos, aunque al Ejército no se le involucraba, pues tal vez había temores fundados de represalias mayores;
13. La ya famosa marcha encabezada por el Rector de la UNAM, acompañado por miles de estudiantes, que desfiló de CU hasta la avenida de Félix Cuevas por Insurgentes, donde se apostaron las fuerzas del orden, acabó por desquiciar el temperamento de Díaz Ordaz, quien quiso ver conspiraciones comunistas por todos lados (estaba de moda por la Guerra Fría), cuando él mismo provocó todo eso;
14. Un gobierno (Presidente y su Gabinete) integrado por ancianos de pensamiento ultraconservador, hizo una errónea lectura de las protestas estudiantiles sin darse cuenta que el propio gobierno, al salirse de toda proporción, había sido la verdadera causa de estos eventos. El pulso que el gobierno tomaba, se guiaba por acontecimientos del exterior y no lograba cuadrar las estrategias y la respuesta fácil era culpar a supuestas escaladas comunistas.
Vendrían, pues, un agosto y un septiembre verdaderamente conmovidos.
15. Debo decir que hasta estos momentos se percibía un sentimiento mucho más romántico que práctico entre los estudiantes y a la distancia de los años, se puede mirar un conjunto juvenil verdaderamente ingenuo, salvo aquellas excepciones que siempre se montan en estos acontecimientos; en el centro de esta reorganización estudiantil, se hallaban a la vista dos fechas cruciales, una en la vida interior del país y la otra hacia el exterior: el día del Informe Presidencial, el 1º de septiembre, tradicionalmente fecha dedicada a festejar al propio Presidente en turno y el 12 de octubre, día de la inauguración de los Juegos de la XIX Olimpiada, primera vez organizados por un país del Tercer Mundo, como México;
16. Sin más puntos de referencia que esos, el gobierno sólo actuó con base en esas fechas, ignorando que en el ambiente estudiantil estaban pasando cosas mucho más trascendentales y en esa ignorancia, lo único importante era terminar, casi como fuera, con ese “ruido molesto” de unos “revoltosos comunistas”. Una lectura del momento histórico verdaderamente torpe, rudimentaria, carente de toda idea de cambio en el mundo y eso no podía sugerir buenos presagios;
17. El solicitado y por algunos anhelado diálogo entre autoridades y organización estudiantil, simplemente no podía darse, por más voluntad que eventualmente podía haber habido en ambas partes, pues no se hablaba el mismo lenguaje, no era posible la comunicación; durante agosto, hubo actos y una buena cantidad de discursos que alimentaron ese espíritu del 68, cohesionando al grupo estudiantil, pero construyendo dentro del gobierno, síntomas de ira incontrolada y la impotencia política, en este caso, sólo podía conducir a una respuesta violenta;
18. El gobierno, a fuerza de cuidar esa fecha consagrada del informe presidencial, se abstuvo de intervenir, reservándose para días posteriores; el grupo estudiantil, ya unificado, tomó la decisión, en aquellos días inédita para grupos disidentes, de ocupar el Zócalo capitalino, para protestar ante la inminencia de esa fecha dedicada al festejo del Presidente;
19. El 27 de agosto, dicen las crónicas que cerca de 400 mil manifestantes ocuparon la Plaza de la Constitución (Zócalo); al día siguiente, con un gran despliegue de fuerza y violencia, el Ejército desalojo a esos manifestantes, generándose así, una nueva causa de lucha. La batalla era abierta y había provocaciones y respuestas, persecuciones callejeras, autobuses incendiados y toda esa parafernalia de las luchas estudiantiles contra la autoridad, que se había visto en París o en ciudades norteamericanas u otras europeas;
20. El Estadio de Ciudad Universitaria sería el escenario para la inauguración de los Juegos Olímpicos y estando la UNAM como sabemos, el gobierno sacó un argumento para ellos irrebatible, consistente en que si la universidad estaba siendo utilizada por grupos comunistas, con fines extra académicos, lo indicado era ocupar el campus universitario con las fuerzas armadas, para garantizar la seguridad en las instalaciones deportivas. Ese fue un evento que en verdad dolió a toda la comunidad universitaria y se sabía de ese argumento falaz del gobierno, para intimidar a los estudiantes;
21. El Comité Nacional de Huelga (CNH), se apresuró a manifestar que su movimiento nada tenía que ver con las olimpiadas y no era su propósito afectar su inauguración y desarrollo, pero en el Informe de Díaz Ordaz, simplemente se negó la existencia de presos políticos y se desatendieron las peticiones estudiantiles. Creo conveniente insertar algunos párrafos de ese Informe de Díaz Ordaz, que dedicó casi una hora al conflicto y cuyo contenido, tal vez explique por sí sólo, una actitud que acarrearía consecuencias:
"...durante los recientes conflictos que ha habido en la ciudad de México se advirtieron, en medio de la confusión, varias tendencias principales: la de quienes deseaban presionar al Gobierno para que se atendieran determinadas peticiones, la de quienes intentaron aprovechar con fines ideológicos y políticos y la de quienes se propusieron sembrar el desorden, la confusión y el encono, para impedir la atención y la solución de los problemas, con el fin de desprestigiar a México, aprovechando la enorme difusión que habrán de tener los encuentros atléticos y deportivos, e impedir acaso la celebración de los Juegos Olímpicos (...) No quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario; lo que sea nuestro deber hacer, lo haremos; hasta donde estemos obligados a llegar, llegaremos (...)
El informe es un buen compendio de toda una actitud y manera de pensar, retrógrada y ultraconservadora, carente de cualquier ánimo político de solucionar problemas. La praxis política se expresa binariamente, a través de la ecuación: fuerza-consenso. A mayor fuerza, menos consenso y viceversa. En sus párrafos no hallamos sino amenazas y tendencias evidentes al uso de la fuerza, sin el mínimo intento de alcanzar un consenso con el pueblo mismo, que no otra cosa eran los manifestantes, más allá de esas excéntricas invocaciones a la seguridad nacional de frente a potencias extranjeras (???).
Es muy claro que el gobierno tenía una visión muy diferente a la que, nosotros estudiantes universitarios, manteníamos. No era posible ninguna comunicación, ni diálogo y quien tiene la fuerza, el poder político, es quien está obligado a procurar el diseño y a presentar una agenda de lo negociable, a fin de llegar a soluciones eficaces para todos.
Los hechos posteriores demostraron los alcances de esa posición amenazante y la violencia se recrudeció inevitablemente. Ante una posición intolerante de la autoridad, cuyo papel debe ser proteger y garantizar los derechos y libertades de las personas y de ninguna manera utilizar la fuerza y amenazar, ni tampoco esgrimir la aplicación de la ley a manera de espada y no como lo es, un escudo contra el abuso, tenía que haber consecuencias. La primera obligación de un gobierno es para con sus ciudadanos y no con asuntos o cuestiones de otra naturaleza, por relevantes que estas sean. Vale la pena recordar que una verdadera democracia exige al menos un par de circunstantes: destreza gubernativa y educación cívica de los gobernados; estos, en este caso, los estudiantes y las clases populares que los apoyaban, siempre, a pesar de sus manifestaciones de descontento, mantuvieron una línea lo suficientemente adecuada, tan sólo reaccionaria ante un uso de la fuerza militar desproporcionada; en cambio, faltó destreza en los mandos políticos, pues en la correlación gobierno-gobernados es necesario mantener una cuerda siempre tensa, a fin de lograr la distancia de coexistencia exigida; esto es, entre el poder y el pueblo debe existir en un ambiente sano de democracia legítima, esa distancia entre ambos integrantes de la comunidad política, pues si hay un aflojamiento de la tensión, el acercamiento del gobierno a la sociedad implica autoritarismo y una expresa intolerancia del poder y en sentido contrario, si esa tensión crece, se fractura la estructura y el conglomerado social se dispersa, cayéndose irremediablemente en la anarquía. La manera de expresión más evidente y justificada de la intolerancia, es la que puede darse de sociedad a gobierno y nunca viceversa. Las vías, ante disturbios sociales, es acudir a las destrezas políticas del poder político para procurar y lograr los consensos adecuados, evitándose el uso de la fuerza, sólo hasta extremos debidamente justificados y en defensa de otros ciudadanos y no del propio poder, pero en este caso el gobierno pensó que el intolerante podía ser él mismo y ni siquiera hizo esfuerzos significativos para llegar a una agenda viable de negociación y de ese consenso tan necesario.
Precisamente en ese sentido se efectúo la ahora famosa “manifestación del silencio”, convocada por el frente estudiantil, a fin de mostrar disciplina y educación cívicas y capacidad de organización, de lo que había carecido el gobierno tan iracundo e incompetente políticamente. Así, en días significativos para México – sus fiestas patrias -- el 13 de septiembre se realizó esa multitudinaria expresión popular, que logró reunir a más de un cuarto de millón de personas, que marcharon en orden y en silencio, desde Chapultepec al Zócalo.
Algo así desnudaba irremediablemente al intransigente gobierno y despertó la ira del poder.
Pasados los festejos de esos días patrios, el 18 de septiembre el gobierno vuelve a valerse de la represión más brutal y el 23 del mismo mes, las instalaciones del IPN en el casco de Santo Tomás, son tomadas durante toda una madrugada de tableteo de ametralladoras y respuestas estudiantiles con bombas molotov, por el Ejército. Así, las fuerzas armadas habían agredido ya a la UNAM y ahora al Politécnico, las dos más importantes casas de estudio de México en esos tiempos.
Ante la falta de espacios físicos para las reuniones estudiantiles, el CNH convoca el 27 de septiembre a un mitin en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, que se realiza sin contratiempos y se cita a otro similar, en el mismo lugar, para el 2 de octubre de 1968 a las cinco de la tarde.
viernes, 26 de septiembre de 2008
Los sesenta, gestación y desarrollo de una generación liberadora3
Los sesenta, gestación y desarrollo de una generación liberadora
Por: René González de la Vega.
TERCERA PARTE
Para una tercera entrega de estas efemérides de los sesenta tal vez habría que analizar un poco más detenidamente el título de traidora a Jane Fonda y a otros muchos, que como ella, se opusieron a la guerra. Si vemos las cosas desde un sólo punto de vista, por supuesto que quien estima como ética sólo su posición ante los hechos, inmediatamente descalifica a todos los demás. Cuando el mundo se enteró de ese ataque y cruel batalla de Saigón, los documentos gráficos no mentían, pues había muertos de ambos lados; los guerrilleros del Vietcong, prácticamente fueron borrados de la faz de la tierra y los cadáveres de muchos jóvenes de rasgos orientales yacían regados por toda la ciudad. Los había también, por supuesto, norteamericanos y se dice que los mutilados superaron los diez mil hombres. Es mucho sufrimiento de la juventud para asumir sólo una posición ética. Hay en ese horror una cuestión de ética universal, pues nadie gana con esos actos de barbarie y no podemos relativizar valores. Debemos estimar algunas circunstancias, como el hecho de que, si en verdad hubiera una guerra justa, en ésta, el ejército norteamericano utilizó armas no convencionales, como el tristemente afamado Napalm, un compuesto químico que formaba un gel combustible capaz de pegarse al cuerpo y quemar la carne hasta los huesos y los defiolantes de la selva vietnamita, que convirtió en zonas áridas porciones enormes de jungla natural. El horror para todos los bandos fue la nota distintiva de esta guerra absurda, en la que finalmente los vietnamitas estaban en su país y defendían sus ideas contra un invasor muy lejano pero poderoso y que al final del día perdió la guerra.
La historia de la tragedia la escuchamos desde un sólo punto de vista muy atendible: las familias norteamericanas que habían perdido a sus hijos. Vimos películas impactantes como “El Francotirador” (Deer Hunter) y “4 de julio”, con otras muchas igualmente desgarradoras; la pregunta sencilla era, si el otro lado no cuenta con la capacidad propagandística de Hollywood, ¿no habría de ese lado, historias similares?
Jane Fonda en su juventud y con su fama vio esas tragedias y se opuso. Hegel siempre recomendó valerse del Zeitgeist o espíritu de la época para analizar con precisión y pulcritud los hechos históricos y tenemos la obligación de ubicarnos en esos años sesenta para tratar de estimar las conductas de todos. Mirar con las lentes de esos tiempos. En ese 68 la juventud norteamericana fue conciente de estos eventos, pues ellos ponían la sangre. Los jóvenes enrolados por la leva militar quemaban sus tarjetas del draft y se oponían a ir a esa guerra; se les llamó cobardes. Organizaron resistencias universitarias y se sumaron a esos movimientos estudiantiles que ahora tratamos de comprender; fueron reprimidos por la Guardia Nacional -- el ejército interno de los Estados Unidos -- y los uniformes verdes allanaron los campus universitarios con tanques y toda su parafernalia militar y murieron también muchos jóvenes. Se dice que otro famoso de Hollywood – John Wayne – reconocido “red neck”, entró a la Universidad de Kent en los actos de represión, a bordo de un tanque, liderando el ataque contra “esos cobardes”. Otro famoso actuó en sentido contrario: Cassius Clay, boxeador negro, era idolatrado por muchos por su destreza en el ring y su gran bocaza que rescataba el orgullo negro. Era Campeón Mundial de los pesos pesados y se convirtió al Islam, cambiando su nombre de esclavo – dijo – por el de Muhammed Alí. Se negó a ir a la guerra pues había sido enrolado por el draft, argumentando “objeción de conciencia” y fue despojado de su título deportivo y condenado.
Hoy, la Suprema Corte norteamericana ha reconocido el derecho, en tanto libertad de expresión, de incendiar la bandera y ha reconocido también, la objeción de conciencia. Pareciera que el final del cuento sería que Fonda y Alí tenían razón y Wayne no era más que un estúpido represor.
Los puntos nodales de nuestro sistema de creencias se iban uniendo paulatinamente; ya teníamos un símbolo latinoamericano de lucha contra el imperialismo yanqui en Cuba y su Revolución de 1959; ya sabíamos que en el sistema capitalista no todo iba bien y que si asesinaban a su Presidente, incrementaban las fuerzas en Vietnam y usaban armamento atroz; que si perdían estruendosamente en la carrera espacial, no lo hacían en la armamentista y poblaban el mundo de ojivas nucleares y misiles transcontinentales. Sabíamos también, que el monstruo soviético lo mismo engullía víctimas propicias y no era sino otra forma de imperialismo tal vez más aterrador. Sabíamos de la renuncia del Che y de su pureza de ideales y su magnífica figura en el afamado affiché. Sabíamos que había puertas de fuga que nos planteaban y alentaban a asumir los maestros alemanes de Frankfurt ya invocados. Sabíamos, con el existencialismo francés que lo importante era la comprensión de la libertad y abandonar la inautenticidad. Sabíamos que había quienes tomaban decisiones fuertes de oposición a los regímenes conservadores establecidos y arriesgaban vida, libertad y prestigio. Sabíamos en fin, que la respuesta estaba en el viento y había que aspirarla.
Pero no sabíamos que en aprovechamiento perverso de este ambiente había fuerzas oscuras que tratarían de socavar otros principios básicos. Seguramente pasaron cosas similares en otros países que supieron leer a tiempo ese 68, pero en México hubo un prólogo desdichado a esos movimientos.
Una mañana de 1966 los estudiantes llegamos como cualquier otro día a clases en la Facultad de Derecho de la UNAM. La hallamos cerrada por barricadas y ocupada por un puñado de activistas que declaraban unilateralmente una huelga estudiantil. El pretexto era fútil y verdaderamente se presentaba como una sinrazón; era eso, sólo un pretexto. Resulta que un grupo de profesores habían propuesto la idea de fundar, dentro de la Facultad, una licenciatura en criminología, acreditada ciencia penal que entonces empezaba a dar sus primeros pasos en México. Debo decir que en aquellos días la Facultad se llamaba: de Derecho y Ciencias Sociales pues albergaba otra licenciatura, que con el tiempo contaría con su propia Escuela, la de Trabajo Social. No era extraño pues, pensar en otra carrera profesional asociada a nuestra Facultad.
El pretexto de esos activistas, en realidad desideologizados y promovidos según se supo más tarde, por el sector del sindicalismo burocrático más siniestro, lo hicieron consistir en que una licenciatura en criminología en realidad desembocaría en la creación de una “escuela de policía” en la propia Universidad. Era verdaderamente absurdo y obtuso el planteamiento, pero resultó ser una “bandera” que algunos despistados compraron. Las luchas internas en la Facultad no se hicieron esperar y los activistas, pertrechados con ese apoyo mencionado, se valieron de la violencia más irracional—si es que hay violencia racional –para imponerse. La Facultad se convirtió en un campo de batalla por varios días y las demandas de los huelguistas fueron creciendo. Había durado ya más de 10 años la absurda estatua del ExPresidente Miguel Alemán en el campus muy cerca del edificio de Rectoría, pues esos símbolos del poder, de individuos en vida, son sólo pretensiones narcisistas que el pueblo de manera natural rechaza. La Universidad no es ni puede ser obra de un hombre por poderoso que haya sido. Los estudiantes, enardecidos derrumbaron la estatua como siempre se derrumban – Hussein o Fox – con una cuerda y fuerza humana. Ahora, ante ese hecho que brindó coraje a la lucha, se pidió con violencia la renuncia del Rector, el Dr. Ignacio Chávez y del Director de la Facultad, el Dr. César Sepúlveda. Ambos mexicanos y universitarios sobresalientes. Hubo actos reprobables de violencia sobre las personas y las cosas y digamos que al final estos huelguistas lograron su cometido con cierta complicidad del Gobierno Federal, tan conservador, en manos de Díaz Ordaz, que venía de enfrentar una severa huelga médica en las instituciones de salud.
La Universidad entera acabó conmoviéndose y ya no volvió a ser la misma. Se habían adueñado de ella grupúsculos de extrema izquierda – maoístas, troskos, stalinistas o marxistas más puros (según ellos) y otros, como el “Pancho Villa”, de orígenes criollos – y de extrema derecha – alentados por el propio gobierno desde sus cuarteles generales en Puebla -- como el hoy afamado Yunque y su brazo armado, el MURO, que ya había penetrado a la UNAM. A quienes queríamos participar en la política estudiantil se nos cerraron los caminos por la vía del terror y bajo ese ambiente corrieron 66 y 67 para llegar a un 68 cuando la hierba ya estaba muy seca para un incendio.
Este Movimiento no fue ajeno a la voluntad del retrógrada gobierno de Díaz Ordaz, quien miró siempre con simpatía la posible caída del Rector Chávez y quiso, a diferencia de sus antecesores, meter las manos en la vida universitaria...y lo logró por las vías más siniestras, como ya se expuso.
En 1967 cae en las montañas bolivianas el Che y nace la leyenda y en abril de 68 es asesinado Martin Luther King Jr., líder de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos en EEUU y en junio de ese mismo año es acribillado Robert F. Kennedy. Pareciera que la violencia y la sangre, resultaban la respuesta más a la mano para las filas conservadoras. De un lado y de otro, caían líderes que de una o de otra manera estaban representando algo para la juventud necesitada de respuestas más actuales, más realistas.
Unos pocos años antes, en 1964, pude hacer en autobús un extenuante viaje a Nueva York. Tenía 16 años y no comprendía muy bien lo que mis estudios de preparatoria me habían dado o mi corta vida me había enseñado. El trayecto fue largo pues me consumió cinco días llegar a mi destino y por el camino fui viviendo experiencias inéditas para mi. Tiempo después pude ver esa película aleccionadora: “Mississippi en llamas” que narra los conflictos raciales en el sur de los Estados Unidos y muchas otras con el mismo tema. Por supuesto que corrí peligros sin darme mayor cuenta y bendita sea la inocencia que pienso me salvó. Era para mi una sorpresa bajar en las paradas del Greyhound, para desayunar, comer o cenar y hallarme con letreros imperativos: “only coloured people”, “white only” y eso en los baños, en los restaurantes, en los sillones del autobús, en todos lados. Íbamos internándonos en el llamado Deep South y había rostros de pocos amigos. En una ocasión dentro de un restaurante, una mujer rubia que cargaba un bebé se puso de pronto a dar de gritos histéricos y yo no sabía la razón mientras observaba la escena con mi charola en manos y mi desayuno recién pagado. Vi que entraba un sheriff uniformado, rubio y alto y tomaba a quien di por paisano -- con su sombrero campesino y su ropa humilde -- por el cuello y lo arrojaba del recinto cerrado y sólo entonces se calmó aquella mujer. Dejé mi comida y me salí del lugar “por las recochinas dudas”.
En más de una ocasión, sin reparar inconcientemente en esos letreros, ingresé a recintos destinados a negros o a blancos y con mi color café con leche, los comensales no sabían como reaccionar. Me dejaban sólo porque no traía sombrero, seguramente. Me sentía en un ambiente execrable y colmado de odio e ira y no era nada cómodo. Cuando ahora veo en el cine las manifestaciones de ese odio irracional, precisamente agudizado en ese 1964, pienso que me libré de algo perverso.
Ya en Nueva York paseaba caminando por el rumbo de Times Square y en todos los negocios del lugar sólo se escuchaba a todo volumen una cosa: la música de los Beatles. Otra revolución que alimentaba nuestras ansias de identidad y merece una explicación.
Esta fue exactamente la portada del acetato “Meet the Beatles” que aun conservo y que llegó a mis manos en ese 1964. Los “melenudos de Liverpool” fue inmediatamente un apodo que les impusieron y nosotros, la juventud, teníamos que reaccionar ante esta nueva invitación a la rebeldía.
Lo que ahora supone abundar sobre el caso Beatles, tan influyente en nuestra época, que no se entendería sin ese cuarteto. La década de los sesenta puede ser identificada por diversos símbolos: Che; un cohete al espacio; alguna escena de Vietnam; símbolos de los movimientos estudiantiles; hippies; pero nunca puede faltar una imagen de los Beatles.
Nuestra generación está colmada de signos y de eventos y pareciera que uno sofoca al otro y lo cancela, pero en verdad hubo una auténtica acumulación de cosas y de obras.
Y, por supuesto, la infaltable imagen de Abbey Road:
John Lennon de blanco, representando quizá algo místico, ¿el lado bueno de la vida?, o ¿lo malo?, porque atrás, Ringo sigue de negro en fila india perfecta, cruzando como debe ser, por la esquina y las marcas para peatones, la afamada Abbey Road y después descalzo, Paul, de quien por ésta fotografía se dijo que había muerto y eso colmó el rumor popular, la leyenda urbana y al último como un hombre de a pie más, Harrison. Paul lleva un cigarrillo y en la placa del VW de la izquierda se leía 28 IF, que se interpretó como 28 años de vida de Paul si (if) viviera.
Habrá quien diga que todo esto no era sino un pretexto para una escalada de violencia, pero nada más alejado de la verdad. Nuestra cultura y contracultura de cara al establecido era real y sólo se buscaba ejercer la libertad. Vivíamos bajo regímenes gerontológicos, los mexicanos, con un ulltraconservador Díaz Ordaz y su gabinete con la edad de nuestros abuelos; los norteamericanos con otro ultra como Johnson y los franceses con De Gaulle. Basta con eso para darnos cuenta de que todo estaba cercado, por un establecido de dominio.
Los Beatles fueron un viento fresco que nos alimentó y que podía darnos esa oportunidad de buscar la respuesta, precisamente en el viento, pues fracturaban símbolos de opresión.
Invitaría al lector a buscar algunos enlaces (links) en la red electrónica, donde se presenten videos de los Beatles cantando “Let it be” o “Get back” o “Give Peace a Chance”, para tratar de comprender mejor las escenas que ante nosotros se daban en esos años.
Los refuerzos plásticos ante nuestros ojos, de imágenes que pronto adquirieron carácter de símbolos con todo el poder semiótico que ello implica, empezó a formar un verdadero lenguaje juvenil y sirvió como cemento que cohesionó a grupos otrora dispersos e incomunicados.
Le mezcla oportuna de esos signos visuales que hemos presentado como distintivos de la década de los sesenta, ya en conjunto lograron toda una representación general del mundo. Ya no veíamos crucifijos u otras señales religiosas; ya no veíamos hombres de cabello cortado casi a rape – a la brush se decía, estilo militar – ni “caras limpias”, las famosas clean faces norteamericanas, estos es, rostros varoniles sin barbas ni bigote, como se usó – al revés -- todavía entre nuestros abuelos; ya no veíamos jovencitas recatadas y sonrojadas, con sus faldones hasta media pantorrilla, como en los cincuenta y con sus tobilleras; ya no escuchábamos una música cadenciosa como el swing o más tarde el rock clásico, su hijo más famoso, muy acompasado; ya no veíamos estudiantes universitarios muy formales, siempre de clases sociales encumbradas; ya no veíamos muchas cosas que estaban pasando de moda.
Ahora emergían con esos símbolos, otros asociados, como aquél muy famoso adoptado por los hippies para significar “haz el amor, no la guerra”; por supuesto, largas melenas en los jóvenes acompañadas por barbas y bigotes y del lado femenino la minifalda como ejemplo de liberación. Puede todo esto parecer trivial a ojos actuales, pero en esos años era un divorcio del establecido de carácter muy fuerte.
En el fondo de todo subyacía un afán de oponerse a la autoridad, primero a la familiar para así pasar a la Escuela y a la vida social y política. No había muchos precedentes en ese sentido y se buscaba romper moldes. Hesse había afirmado que “para nacer hay que destruir un mundo” y todos esos nuevos paradigmas quisieron llevarse hasta sus últimas consecuencias, sin reparar mucho en los estropicios causados en el camino para lograrlo.
Los ingredientes para lograr una ecuación explosiva en el mundo estaban dados y vertidos en el mortero de esta química social, lo que se diferenciaría, sería el detonador. Cada sociedad hallaría el suyo y ahora debemos mirar el detonador mexicano y sus efectos.
40 aniversario de la matanza de Tlatelolco
El próximo jueves 2 de octubre, se cumplen 40 años del homicidio masivo en la plaza de las tres culturas. Además de la crónica que les estoy presentando (ver especial del 2 de octubre en el márgen izquierdo), posteo este documental en tres partes.
Es otro punto de vista, no se dejen asustar por el alarido del principio, una boba ocurrencia para un documental que busca ser serio.
Al final del día, lo único que tenemos para saber qué pasó, son los diversos puntos de vista.
domingo, 21 de septiembre de 2008
Los sesenta, gestación y desarrollo de una generación liberadora2
Los sesenta, gestación y desarrollo de una generación liberadora
Por: René González de la Vega.
SEGUNDA PARTE
Para que cobrara sentido aquella afirmación de Adorno ya referida en la primera entrega, que sentenció que “no hay vida verdadera, en la falsa” y para comprender que éramos los estudiantes sesenteros los destinados a “salvar al mundo”, confrontando la alienación de ese sistema capitalista de posguerra, ante el derrumbe de las religiones y de las posiciones filosóficas más influyentes hasta entonces, de cara a una multitud de eventos que literalmente estallaban ante nuestros rostros, debíamos darle contexto y para ello, tendríamos que aferrarnos a una creencia, a una nueva causa que nos permitiera pisar el suelo.
Era algo así como los besos en las películas románticas, que siempre deben tener como telón de fondo una gran música que le de al momento culminante fuerza y realismo, pues un mero silencio no lo logra; nosotros debíamos ser una generación musical pues a través de una melodía y armonía determinadas, todo se ennoblecía, cobraba dimensión y llegaban a ser los actos prácticamente epopéyicos.
Así, literatura y música se iban a vivir juntos para alcanzar ese punto climático que se necesitaba.
No cualquier literatura ni cualquier música, sino unas ad-hoc. La exigencia consistía en contar con “nuestra” literatura y “nuestra” música, pues ya los autores clásicos nada nos decían ante los vientos del cambio por venir y los escritores y compositores e intérpretes del pasado inmediato, esto es, de la década de guerra y de los cincuenta, resultaban demasiado melosos o ingenuos.
Ya no nos interesaban los melodramas que siempre implicaban un desenlace con “happy ending”, con muchos abrazos y besos; ni las tragedias donde siempre hay un determinismo casi divino y los hombres sufren sus embates o los estrictos dramas de la vida real que emergen ante la pura estupidez humana y todo se va a contar historias particulares, los hechos fortuitos de un hombre o una mujer, pues en esos años lo importante eran las “grandes” cuestiones de la humanidad y todas esas cosas ocultas y latentes, atrás de cada propuesta.
Alguien dijo que si Sinatra había puesto la voz y Elvis el cuerpo, Bob Dylan –varias veces propuesto al Nóbel – había venido a poner las neuronas, la mente que estaba haciendo falta. “Nadie es libre, pues hasta las aves están encadenadas al cielo”, afirmó nuestro nuevo héroe y nos conmovió.
Dylan nos describió a la vida como una piedra que rueda y pregunta:
How does it feel
How does it feel
To be on your own
With no direction home
Like a complete unkown
Like a rolling stone
Para entonces -- durante una entrevista ante los medios – decir – el propio Dylan -- que si no tuviera dinero se movería como un ser invisible (unknown) por el mundo; pero por ahora, ser invisible “me cuesta dinero”, aseguró y para eso – terminó – “es para lo único que necesito el dinero”.
Al iniciar la década – sí, los sesenta – observábamos los jóvenes con mucha ingenuidad los eventos de la llamada “carrera espacial”. En algunas tardes de cielos claros, durante algunos días de otoño de los años finales de los cincuenta, algunos niños mexicanos podíamos tumbarnos en la hierba de algún baldío en la todavía cómoda Ciudad de México y ver entre quietos y asombrados una pequeña lucecita que “caminaba” por el espacio. Era el Sputnik soviético, ese primer satélite artificial que ya circunvolaba nuestro planeta. Entre nosotros intercambiábamos información y había quien, enterado, nos decía que los rusos ya habían enviado al espacio a una perrita “Laika” y a un hombre, Gagarin y a una mujer, Tereschkova. ¿Y los americanos?, preguntábamos. Pues nada, aun no logran enviar nada exitosamente al espacio. Sólo lo harían más tarde, ya iniciada la década de los sesenta y con un primer viaje muy breve que sólo ascendió a la estratosfera y volvió a caer sin entrar en órbita, lo que produjo una burla cruel del líder soviético – Kruschev – en la Asamblea de la O.N.U., precedido éste hecho por fracasos en plataforma muy conocidos, que la prensa burlona llamó “Kaputnik”.
Ese rezago inicial de los Estados Unidos obligó a Kennedy a prometer que colocaría a un hombre en la luna antes de que concluyera la década. Había desesperación en las filas de la propaganda capitalista y pasaron de los cohetes Mercury a los gigantescos cohetes Saturno, mucho más potentes, en unos cuantos meses y al Programa Apolo. Historia conocida, como la dudosa empresa del alunizaje, que tal vez tuvo un buen efecto propagandístico.
Pero eso sucedería hasta 1969 y en tanto, al estar iniciando esa década, los soviéticos asumieron esa aparente debilidad norteamericana y propusieron iniciar toda una campaña mundial para mostrar a los Estados Unidos como un mero “tigre de papel”. Así explicamos algunos eventos cruciales como el levantamiento del famoso y perverso “muro de Berlín” o la llamada “crisis del Caribe” o los hechos en la descolonización africana; el fracaso rotundo de “Bahía de Cochinos” y por supuesto, el más cruel y afamado de todos: la guerra de Vietnam.
El primer y único Presidente católico de Estados Unidos, John F. Kennedy era asesinado en Dallas al terminar 1963. Había caído bien en México a partir de su nueva imagen juvenil y porque fue a orar a la Basílica de Guadalupe durante su visita de Estado, recibido por López Mateos quien guardó distancia en ese evento religioso. Su asesinato fue demoledor en nuestras mentes y pensamos como reacción inmediata, en una tercera guerra mundial, pero en el fondo de nuestras conciencias había un rumor que se ventilaba “soto voce” cuando se vio la expresión poco confiable de Johnson, protestando el cargo más importante de su país y del llamado “mundo libre”, a bordo del Air Force 1. Inmediatamente hubo “algo” que nos indicaba apuntar a ese siniestro personaje texano, como la “mano que mueve la cuna”.
La verdad es que Vietnam se convirtió en el eje de toda política y de toda atención en los medios. Johnson hizo crecer el número de tropas norteamericanas en el sureste asiático de modo exponencial. El conocido draft o enrolamiento de jóvenes norteamericanos a las filas de las fuerzas armadas era totalmente indiscriminado y por supuesto que generó repulsas y manifestaciones de protesta creciente entre la juventud, sobretodo la universitaria y más enterada.
Las lecturas se pasaban de mano en mano, esas a las que ya hemos hecho mérito y la música resultaba ser un factor aglutinante entre esa juventud, pues era de fácil transmisión. Bob Dylan pues, se convertía en ese juglar que se estaba necesitando y sus canciones de gesta pronto envolvieron todo el ambiente norteamericano y mundial, al menos en el hemisferio occidental. Teníamos, los jóvenes de esa época, más preguntas que respuestas y debíamos buscarlas y a eso, Dylan propuso que la respuesta estaba en el viento:
Blowing in the wind
MELODIE
How many roads must a man walk down
Before they call him a man
How many seas must a white dove sail
Before she sleeps in the sand
How many times must the cannonballs fly
Before they are forever banned
The answer, my friend, is blowing in the wind
The answer is blowing in the wind
How many years must a mountain exist
Before it is washed to the sea
How many years can some people exist
Before they're allowed to be free
How many times can a man turn his head
And pretend that he just don't see
The answer, my friend, is blowing in the wind
The answer is blowing in the wind
How many times must a man look up
Before he can see the sky
How many years must one man have
Before he can hear people cry
How many deaths will it take till he knows
That too many people have died
The answer, my friend, is blowing in the wind
The answer is blowing in the wind.
Dejo la letra y melodía de esta canción, para tal vez poder seguir el video siguiente: Dylan & Baez - Blowin In The Wind - www.cornel18.com (Pícale)
Bob Dylan y Joan Baez, en 1963, se fueron a vivir juntos durante dos años, formando una pareja muy importante en la protesta juvenil. Ella era hija de dos universitarios; su padre un físico mexicano y su madre una reconocida profesora y pronto se reveló como la más notable representante de esa nueva música que se estaba necesitando. Es reconocido su activismo en contra de la guerra de Vietnam.
Hubo personajes públicos que se unieron a estas manifestaciones de repudio a esa guerra, entre ellas Jane Fonda, hija del famoso actor Henry Fonda y hermana de Peter, protagonista de “Easy Rider”. En la siguiente fotografía la vemos en el Vietcong, compartiendo con soldados del ejército enemigo a los Estados Unidos, lo que por supuesto le atrajo el odio y rechazo de Washington, quien la presentó como a una traidora.
La guerra avanzaba cada vez con más soldados que se integraban a las fuerzas norteamericanas de ocupación y casualmente y tal vez no tanto, el Vietcong decide en las primeras semanas de 1968, saturar con pertrechos de guerra la famosa ruta Ho-Chi-Minh y va en procura de una última y definitiva táctica de ataque al corazón mismo de Saigón y a la misma Embajada estadounidense. Aprovechando días que supuestamente implicaban una tregua por celebraciones vietnamitas, las fuerzas de Hanoi sorprenden a sus enemigos y en la refriega y reconquista de las áreas tomadas, pierden la vida miles de chicos norteamericanos y otros tantos miles quedan mutilados e incapacitados para siempre.
Son muchos los muertos y heridos de ambos bandos, aunque por supuesto, la propaganda occidental lamenta tan sólo las bajas estadounidenses, presentando a los soldados caídos del ejército comunista como verdaderos demonios e hijos del mal.
Ahora, en el centro de una información totalmente inconfiable, los jóvenes de aquellos años empezábamos a atar cabos, a unir puntos de todo un sistema de dominación e imposición del establishment.
lunes, 15 de septiembre de 2008
Los sesenta, gestación y desarrollo de una generación liberadora
Vísperas del 198 aniversario de la Independencia de México, inicio la publicación en cuatro partes de un ensayo de reflexión acerca de los sesenta y el decisivo 1968, en conmemoración del cuarenta aniversario del 2 de octubre mexicano.
Ese 2 de octubre mexicano fue el destape social que permitió articular un cuestionamiento a fondo, desveló una realidad en que la idea del consenso y la legitimidad del régimen habían desaparecido, y creó las líneas políticas que derivaron en reformas de fondo que comenzaron a abrirnos a la democracia, puso en duda la cohesión política y desveló los desajustes del orden social.
Ese movimiento liberador, que en México acabó en masacre, creó la expresión de una nueva sociedad; la exagerada represión dió un mayor simbolismo al movimiento y provocó el despertar de una comunidad política pasiva, logrando la confrontación de las organizaciones sociales corporativizadas por desacuerdos con el gobierno, y logra el apoyo intelectual.
Hoy, cada aniversario, muchos salen a las calles y repiten "2 de ocutbre no se olvida", pero en realidad algunos, más bien muchos, no saben qué fué realmente lo que en ese 1968 se gestó, por eso mi papá me regaló esta reflexión y ahora yo -sin su permiso- la comparto en mi blog.
Los sesenta, gestación y desarrollo de una generación liberadora
Por: René González de la Vega.
PRIMERA PARTE
Los movimientos estudiantiles del 68 han sido ampliamente comentados y debatidos en prácticamente todos los foros a 40 años de distancia, sin embargo, percibo en los jóvenes, pues mi oficio es el de profesor, cierta confusión o cierta desinformación en cuanto a hechos reales del pasado inmediato, que por supuesto a ellos informa y afecta, para bien y también, para mal.
Por supuesto, no es sencillo comprender las últimas cuatro décadas, no sólo por su proximidad, pues aun falta perspectiva, sino porque ese período esta lleno de eventos muy importantes y no es siempre posible ponerlos en orden y lograr una visión más o menos estructurada.
Hoy se vive bajo los influjos de la llamada globalización y los jóvenes de ahora mismo tienden a percibir valores universales dentro de una sensación justificable de fractura de fronteras y por tanto de adquisición de una especie de “ciudadanía del mundo”. En mis épocas de juventud universitaria – los sesenta – éramos mucho más aldeanos y desde entonces, Marshall McLuhan hubo de advertirnos de la “aldea universal”, a fin de aspirar a visiones más integrales del mundo; lamentablemente, aun hay jóvenes pertenecientes a este siglo XXI que conservan ese espíritu aldeano y no quieren atreverse a mirar más allá de nuestras fronteras, estimando que México es el universo todo y una especie de endosatario de todos los males.
Hay que advertir que si bien, en esa década maravillosa de los sesenta había ya un ambiente propicio para un pensamiento universal y los jóvenes de entonces empezábamos a atrevernos a leer, no sólo a los ya clásicos mexicanos, pues habíamos vivido décadas dominadas por el llamado “nacionalismo revolucionario”, que nos confinó a nuestras propias fronteras, también es verdad que ese asomo al mundo, era aun elitista y bastante tímido.
Pero circulaban por nuestras manos ya, obras influyentes en esos días de conmoción de las conciencias, que abandonaban su ingenuidad, para ingresar a todo un mundo de sospechas, intelectuales e ideológicas, que iban construyendo una manera diferente de observar a la humanidad. Camus o Hesse ya nos atraían y los mensajes intrincados de Adorno, Horckheimer o Marcuse, nos despertaban inquietudes, pues lo oscuro de los textos, era, paradójicamente, su atractivo, bajo el entendido de que encerraban “cosas ocultas”, tan sólo asequibles a los universitarios más diestros o aplicados. Decían cosas azorantes como: “No hay vida verdadera en la falsa” y tal perogrullada nos parecía una genialidad reservada sólo a los más conocedores.
Más tarde, fuimos enterados que no éramos los únicos estudiantes universitarios influidos por esa literatura y que, al menos en el hemisferio occidental, resultaba fuente de inspiración a todos. Emergió, seguramente de modo subrepticio y mal interpretada, toda una corriente del llamado psicomarxismo que nos llenó la cabeza de temas que tenían que ver con traumas, complejos, explotaciones del hombre por el hombre y lecturas muy confusas sobre la conciencia de clase y la alienación consumista y propagandística que el capitalismo feroz propiciaba para cooptar nuestras vidas.
En la fotografía, aparecen en 1965, en Heidelberg, Habermas, Adorno y Horckheimer en plena charla. El primero es discípulo de los dos segundos y es hoy, uno de los filósofos más importantes en torno a la sociedad compleja y la democracia deliberativa y quien por cierto, nació en Düsseldorf. Theodore Adorno había expuesto ese problema de la dominación a través de la nueva ideología capitalista y Marcuse obsequió la salida, al reflexionar en torno a la liberación de las conciencias, ya no a partir de las luchas obreras, al estilo marxista, sino mediante la movilización de ese sector de la sociedad no alienado y bien informado, que se integraba por los estudiantes.
Si resulta una barbaridad expresar que la bomba atómica es culpa de Einstein, así también, decir que fueron estos profesores alemanes los culpables del “68er-Bewegung” o movimiento de 1968 en su propia patria y que así influyeron también la “primavera de Praga de 1968”...
O los movimientos en Varsovia de ese año:
O en París:
O en Estados Unidos:
O en Roma:
O, por supuesto, en México 68:
...sería decir una falsedad o al menos, una exageración, pero sí es importante reconocer que había en el ambiente occidental, toda una conciencia novedosa de fracturar el establishment.
En mi generación, con esas lecturas, nos colocábamos, tal vez sin mucha comprensión, en una posición crítica, inédita para la juventud hasta esos años. Pero hubo otras concausas que impulsaron a esa generación a ganar la calle y a provocar, al final, una represión inmisericorde de todos los gobiernos involucrados.
Nosotros como mexicanos, todavía salimos a la calle (y decir “salimos” es mucha gente) -- pues salen los jóvenes -- bajo una consigna: “2 de octubre, no se olvida”, pero para no olvidar primero hay que recordar y saber que es lo que no debemos olvidar.
Sobretodo, no valerse de esa consigna y esa fecha trágica, para trivializarla con actos vandálicos, de quienes ni siquiera habían nacido en ese 68. A las cosas y los eventos y sobretodo, a las personas, debemos respetarlos y darles su verdadera dimensión, para no caer en esa terrible descalificación consistente en: “bola de revoltosos”.
Los estudiantes universitarios en esos años no sólo leíamos a esos autores, también teníamos una música propia, una cultura y contracultura y charlas inacabables sobre ese mundo que nos tocaría heredar. El mundo vivía lo más crudo de la “Guerra Fría” y dos mundos radicalmente opuestos nos rodeaban y había que elegir, acaso la tarea más compleja del hombre moderno...