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domingo, 28 de septiembre de 2008

Los sesenta, gestación y desarrollo de una generación liberadora4

Qué pasó el 2 de octubre de 1968 en México?

Los sesenta, gestación y desarrollo de una generación liberadora
Por: René González de la Vega.
CUARTA PARTE

Tal vez podamos indagar sobre ese “disparador mexicano” de 1968 si procuramos reconstruir cronológicamente los hechos y sus contenidos.
Para emprender ese camino no es recomendable acudir a un par de expedientes muy socorridos en los análisis realizados en los últimos 40 años que, por un lado silencian, callándolo todo y generando toda una línea de sospechas o por el otro, que toman un rumbo francamente subjetivo cargado de calificativos y descalificaciones sin mayor sustento que el uso de las palabras y al dejar un contexto estrictamente descriptivo, para montarlo todo en una especie de discurso valorativo llegan a perder objetividad y con ello credibilidad. Sí, lo que sucedió fue muy grave y no debemos olvidarlo para evitar que se repita, pero es preciso contextualizar los hechos y pretender darles dimensión para en su caso poder conocer sus consecuencias. A 40 años de distancia es posible ir cerrando heridas, en vez de abrirlas y estar en condiciones de aprender de hechos históricos, pues la catarata de reproches ya no sirve de nada y en última instancia los principales protagonistas están ausentes; en ésta descripción será inevitable para mí, dejar de insertar juicios subjetivos en torno a los hechos, pues soy precisamente un sujeto que vivió aquellos días, pero procuraré hacerlo sólo para dimensionar algunos actos y me disculpo por anticipado, si mi valoración se hace sólo retórica:
1. Los estudiantes de la UNAM para el verano de 1968, nos enterábamos de los asesinatos de M.L. King y R. F. Kennedy y por supuesto, de los problemas en Estados Unidos con la Guerra de Vietnam y en Europa con los movimientos universitarios ya descritos;
2. Había inquietudes en el campus en virtud de esos grupos extremistas de izquierda y de derecha radicales, que actuaban violentamente, victimizando estudiantes; sin embargo, se respiraba calma y cierto hartazgo de aquél movimiento de 66 que nos había dejado una mala sensación;
3. Muy lateralmente nos enteramos que un buen día de julio de ese año, por un pleito de estudiantes en La Ciudadela, la policía había intervenido con acciones represivas innecesarias y sobretodo absurdamente brutales, ante el evento de poca monta;
4. Estuvieron involucrados en esa represión estudiantes de Escuelas vocacionales del IPN y se decidió, circunstancialmente, realizar un acto de protesta por esa agresión policiaca injustificada, el 26 de julio, encabezada por la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET);
5. Ese día – 26 de julio – se celebraba un aniversario más de la Revolución Cubana y el Partido Comunista Mexicano quiso realizar un acto en la Avenida Juárez frente al Hemiciclo, con la debida autorización gubernamental. En un momento dado de la tarde se juntaron los dos grupos, el de la FNET y el del PCM y se logró formar un nutrido grupo de jóvenes manifestantes;
6. Yo estudiaba el cuarto año de Derecho y hacía mis pinitos como pasante y casualmente comía en un restaurante cercano a la Avenida Madero esa misma tarde con un compañero de la Facultad, por lo que fui testigo directo de aquellos eventos; se supo más tarde que el grupo de jóvenes manifestantes había decidido marchar al Zócalo y vimos como se agrupaban policías de cuerpos de choque en esas calles céntricas. Pronto el enfrentamiento fue inevitable, así como las persecuciones y macanazos; la represión en toda forma; incluso nosotros tuvimos que abandonar violentamente el restaurante y acabamos reunidos con los estudiantes que corrían y procuraban evitar el encontronazo con los granaderos; éramos unos estudiantes más, que tratábamos de no ser golpeados o aprehendidos;
7. Ese evento logró algo inédito en esos días, pues unificó a estudiantes del IPN y de la UNAM, con lo que, en un acto de solidaridad, estudiantes de las Preparatorias 1, 2 y 3, ubicadas en el Centro, ocuparon al día siguiente, 27 de julio, los inmuebles escolares, específicamente se hicieron fuertes en San Ildefonso, para protestar por esos actos de represión policial. Era evidente que se trataba de un acto de protesta de estudiantes muy jóvenes de las Preparatorias, que seguramente no habían estado en el 66 y que el problema se estaba presentando en la zona del Centro Histórico de la Ciudad, pues ahí, precisamente, se habían dado los actos represivos del día anterior;
8. El edificio de San Ildefonso no era simplemente un inmueble que albergaba a las Escuelas Preparatorias 1 y 2, sino que era y es, un símbolo universitario de primer orden y había sido sede, antes de CU, de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, antecedente de nuestra Facultad de Derecho. Los estudiantes preparatorianos, excitados por su éxito inicial y la impotencia policial para desalojarlos, decidieron permanecer con esa ocupación y así, durante tres días;
9. No hubo intento alguno por resolver la situación, que por un lado era, hasta ese momento, un juego peligroso de los estudiantes, quienes festinaban su logro y audacia y por otro, se veía como una afrenta intolerable a un todopoderoso gobierno y nadie invitó a un diálogo, a una salida pacífica de esa situación emergente. La madrugada del 30 de julio, el gobierno de Díaz Ordaz no soportó más esa afrenta y cambió los uniformes azules por los verdes y se ordenó algo inconcebible y fuera de toda proporción: la intervención del Ejército;
10. Esa decisión, basada en una intolerancia ciega, ha sido una de las más tontas y aberrantes de cualquier gobierno. Al modo de la soldadesca, un alto mando militar, para poder ingresar al inmueble y desalojarlo, decidió sencillamente destruir la centenaria puerta de madera labrada con un disparo de bazuca!!!!, y hoy todavía se advierte la barbarie de ese acto. Hubo muchos heridos entre los estudiantes y casi un millar de detenidos por el Ejército.
11. Podemos afirmar, que en verdad, ese día inició el Movimiento estudiantil de 1968, ya con los rasgos y perfiles que lo distinguen y desde luego, el campus universitario no fue insensible a esa agresión sin sentido y tan desproporcionada y se involucró la UNAM, toda, pues el ataque – no hay expresión menos bélica -- era evidente e insostenible. El Rector Barros Sierra, dispuso colocar la bandera a media asta y se declaró a la Universidad de luto;
12. Todo esto logró unir lo desunido y los estudiantes, mayoritariamente, decidimos participar en un movimiento de defensa y rescate de la universidad, pero sobretodo, ya existía en el ambiente, ese espíritu del 68 que he tratado de retratar en las líneas anteriores. Se dio, por lo pronto, una reestructuración en las organizaciones estudiantiles y se prescindió de grupos afines al gobierno, como fue el caso de la propia FNET del IPN. UNAM, IPN y Chapingo, organizaron sus comités de huelga y la historia se empezó a escribir; para el 4 de agosto ya se contaba con una estructura nueva y con un pliego petitorio al gobierno, basado en cuestiones de recomposición policial y penal, a la luz de los actos represivos, aunque al Ejército no se le involucraba, pues tal vez había temores fundados de represalias mayores;
13. La ya famosa marcha encabezada por el Rector de la UNAM, acompañado por miles de estudiantes, que desfiló de CU hasta la avenida de Félix Cuevas por Insurgentes, donde se apostaron las fuerzas del orden, acabó por desquiciar el temperamento de Díaz Ordaz, quien quiso ver conspiraciones comunistas por todos lados (estaba de moda por la Guerra Fría), cuando él mismo provocó todo eso;
14. Un gobierno (Presidente y su Gabinete) integrado por ancianos de pensamiento ultraconservador, hizo una errónea lectura de las protestas estudiantiles sin darse cuenta que el propio gobierno, al salirse de toda proporción, había sido la verdadera causa de estos eventos. El pulso que el gobierno tomaba, se guiaba por acontecimientos del exterior y no lograba cuadrar las estrategias y la respuesta fácil era culpar a supuestas escaladas comunistas.
Vendrían, pues, un agosto y un septiembre verdaderamente conmovidos.
15. Debo decir que hasta estos momentos se percibía un sentimiento mucho más romántico que práctico entre los estudiantes y a la distancia de los años, se puede mirar un conjunto juvenil verdaderamente ingenuo, salvo aquellas excepciones que siempre se montan en estos acontecimientos; en el centro de esta reorganización estudiantil, se hallaban a la vista dos fechas cruciales, una en la vida interior del país y la otra hacia el exterior: el día del Informe Presidencial, el 1º de septiembre, tradicionalmente fecha dedicada a festejar al propio Presidente en turno y el 12 de octubre, día de la inauguración de los Juegos de la XIX Olimpiada, primera vez organizados por un país del Tercer Mundo, como México;
16. Sin más puntos de referencia que esos, el gobierno sólo actuó con base en esas fechas, ignorando que en el ambiente estudiantil estaban pasando cosas mucho más trascendentales y en esa ignorancia, lo único importante era terminar, casi como fuera, con ese “ruido molesto” de unos “revoltosos comunistas”. Una lectura del momento histórico verdaderamente torpe, rudimentaria, carente de toda idea de cambio en el mundo y eso no podía sugerir buenos presagios;
17. El solicitado y por algunos anhelado diálogo entre autoridades y organización estudiantil, simplemente no podía darse, por más voluntad que eventualmente podía haber habido en ambas partes, pues no se hablaba el mismo lenguaje, no era posible la comunicación; durante agosto, hubo actos y una buena cantidad de discursos que alimentaron ese espíritu del 68, cohesionando al grupo estudiantil, pero construyendo dentro del gobierno, síntomas de ira incontrolada y la impotencia política, en este caso, sólo podía conducir a una respuesta violenta;
18. El gobierno, a fuerza de cuidar esa fecha consagrada del informe presidencial, se abstuvo de intervenir, reservándose para días posteriores; el grupo estudiantil, ya unificado, tomó la decisión, en aquellos días inédita para grupos disidentes, de ocupar el Zócalo capitalino, para protestar ante la inminencia de esa fecha dedicada al festejo del Presidente;
19. El 27 de agosto, dicen las crónicas que cerca de 400 mil manifestantes ocuparon la Plaza de la Constitución (Zócalo); al día siguiente, con un gran despliegue de fuerza y violencia, el Ejército desalojo a esos manifestantes, generándose así, una nueva causa de lucha. La batalla era abierta y había provocaciones y respuestas, persecuciones callejeras, autobuses incendiados y toda esa parafernalia de las luchas estudiantiles contra la autoridad, que se había visto en París o en ciudades norteamericanas u otras europeas;
20. El Estadio de Ciudad Universitaria sería el escenario para la inauguración de los Juegos Olímpicos y estando la UNAM como sabemos, el gobierno sacó un argumento para ellos irrebatible, consistente en que si la universidad estaba siendo utilizada por grupos comunistas, con fines extra académicos, lo indicado era ocupar el campus universitario con las fuerzas armadas, para garantizar la seguridad en las instalaciones deportivas. Ese fue un evento que en verdad dolió a toda la comunidad universitaria y se sabía de ese argumento falaz del gobierno, para intimidar a los estudiantes;
21. El Comité Nacional de Huelga (CNH), se apresuró a manifestar que su movimiento nada tenía que ver con las olimpiadas y no era su propósito afectar su inauguración y desarrollo, pero en el Informe de Díaz Ordaz, simplemente se negó la existencia de presos políticos y se desatendieron las peticiones estudiantiles. Creo conveniente insertar algunos párrafos de ese Informe de Díaz Ordaz, que dedicó casi una hora al conflicto y cuyo contenido, tal vez explique por sí sólo, una actitud que acarrearía consecuencias:
"...durante los recientes conflictos que ha habido en la ciudad de México se advirtieron, en medio de la confusión, varias tendencias principales: la de quienes deseaban presionar al Gobierno para que se atendieran determinadas peticiones, la de quienes intentaron aprovechar con fines ideológicos y políticos y la de quienes se propusieron sembrar el desorden, la confusión y el encono, para impedir la atención y la solución de los problemas, con el fin de desprestigiar a México, aprovechando la enorme difusión que habrán de tener los encuentros atléticos y deportivos, e impedir acaso la celebración de los Juegos Olímpicos (...) No quisiéramos vernos en el caso de tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario; lo que sea nuestro deber hacer, lo haremos; hasta donde estemos obligados a llegar, llegaremos (...)

El informe es un buen compendio de toda una actitud y manera de pensar, retrógrada y ultraconservadora, carente de cualquier ánimo político de solucionar problemas. La praxis política se expresa binariamente, a través de la ecuación: fuerza-consenso. A mayor fuerza, menos consenso y viceversa. En sus párrafos no hallamos sino amenazas y tendencias evidentes al uso de la fuerza, sin el mínimo intento de alcanzar un consenso con el pueblo mismo, que no otra cosa eran los manifestantes, más allá de esas excéntricas invocaciones a la seguridad nacional de frente a potencias extranjeras (???).
Es muy claro que el gobierno tenía una visión muy diferente a la que, nosotros estudiantes universitarios, manteníamos. No era posible ninguna comunicación, ni diálogo y quien tiene la fuerza, el poder político, es quien está obligado a procurar el diseño y a presentar una agenda de lo negociable, a fin de llegar a soluciones eficaces para todos.
Los hechos posteriores demostraron los alcances de esa posición amenazante y la violencia se recrudeció inevitablemente. Ante una posición intolerante de la autoridad, cuyo papel debe ser proteger y garantizar los derechos y libertades de las personas y de ninguna manera utilizar la fuerza y amenazar, ni tampoco esgrimir la aplicación de la ley a manera de espada y no como lo es, un escudo contra el abuso, tenía que haber consecuencias. La primera obligación de un gobierno es para con sus ciudadanos y no con asuntos o cuestiones de otra naturaleza, por relevantes que estas sean. Vale la pena recordar que una verdadera democracia exige al menos un par de circunstantes: destreza gubernativa y educación cívica de los gobernados; estos, en este caso, los estudiantes y las clases populares que los apoyaban, siempre, a pesar de sus manifestaciones de descontento, mantuvieron una línea lo suficientemente adecuada, tan sólo reaccionaria ante un uso de la fuerza militar desproporcionada; en cambio, faltó destreza en los mandos políticos, pues en la correlación gobierno-gobernados es necesario mantener una cuerda siempre tensa, a fin de lograr la distancia de coexistencia exigida; esto es, entre el poder y el pueblo debe existir en un ambiente sano de democracia legítima, esa distancia entre ambos integrantes de la comunidad política, pues si hay un aflojamiento de la tensión, el acercamiento del gobierno a la sociedad implica autoritarismo y una expresa intolerancia del poder y en sentido contrario, si esa tensión crece, se fractura la estructura y el conglomerado social se dispersa, cayéndose irremediablemente en la anarquía. La manera de expresión más evidente y justificada de la intolerancia, es la que puede darse de sociedad a gobierno y nunca viceversa. Las vías, ante disturbios sociales, es acudir a las destrezas políticas del poder político para procurar y lograr los consensos adecuados, evitándose el uso de la fuerza, sólo hasta extremos debidamente justificados y en defensa de otros ciudadanos y no del propio poder, pero en este caso el gobierno pensó que el intolerante podía ser él mismo y ni siquiera hizo esfuerzos significativos para llegar a una agenda viable de negociación y de ese consenso tan necesario.
Precisamente en ese sentido se efectúo la ahora famosa “manifestación del silencio”, convocada por el frente estudiantil, a fin de mostrar disciplina y educación cívicas y capacidad de organización, de lo que había carecido el gobierno tan iracundo e incompetente políticamente. Así, en días significativos para México – sus fiestas patrias -- el 13 de septiembre se realizó esa multitudinaria expresión popular, que logró reunir a más de un cuarto de millón de personas, que marcharon en orden y en silencio, desde Chapultepec al Zócalo.
Algo así desnudaba irremediablemente al intransigente gobierno y despertó la ira del poder.
Pasados los festejos de esos días patrios, el 18 de septiembre el gobierno vuelve a valerse de la represión más brutal y el 23 del mismo mes, las instalaciones del IPN en el casco de Santo Tomás, son tomadas durante toda una madrugada de tableteo de ametralladoras y respuestas estudiantiles con bombas molotov, por el Ejército. Así, las fuerzas armadas habían agredido ya a la UNAM y ahora al Politécnico, las dos más importantes casas de estudio de México en esos tiempos.
Ante la falta de espacios físicos para las reuniones estudiantiles, el CNH convoca el 27 de septiembre a un mitin en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, que se realiza sin contratiempos y se cita a otro similar, en el mismo lugar, para el 2 de octubre de 1968 a las cinco de la tarde.

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